Un mal cálculo de Isagen
Sábado, 12 de Mayo de 2012 12:27

Lío ambiental en la Central Hidroeléctrica La Miel, Caldas
Previendo el incremento en la demanda energética de los próximos años,
los directivos de Isagen decidieron que una forma fácil y rápida de
aumentar su oferta de energía era ampliar el Embalse de Amaní, que hace
parte de la Central La Miel, ubicado en límites de los municipios de
Samaná y Norcasia (Caldas). Los estudios de ingeniería habían demostrado
que con la construcción de un túnel que captara aguas del río Manso y
las condujera hasta la planta hidroeléctrica, lograrían el objetivo
trazado.
En 2006 todos los requisitos estaban en orden, así que el Ministerio de
Ambiente dió vía libre a la obra otorgando una licencia ambiental. Todo
lo que pedía la empresa era que les permitieran trasvasar unos 20.000
litros por segundo para llevarlos a su embalse. Con la ampliación,
Isagen lograría aumentar en 30% su producción en la zona, que representa
el 4% de la que consume el país.
Los trabajos de ingeniería comenzaron en 2008 y todos en la empresa
esperaban que a mitad de 2011 entrara en funcionamiento el túnel. Por la
carretera que de La Dorada conduce al municipio de Norcasia y de ahí
unos 6 kilómetros más adelante hasta Berlín, comenzaron a transitar
decenas de volquetas y camiones que alteraron la tranquilidad de los
campesinos.
Pero no siempre las cosas salen como están planeadas y algo inesperado
sucedió: los habitantes de las fincas aledañas al proyecto notaron que
al menos 22 quebradas que antes adornaban esas montañas e irrigaban los
campos agrícolas y ganaderos, se fueron secando mientras las máquinas
horadaban la montaña. El agua que antes fluía a la superficie, comenzó a
perderse bajo el suelo de la montaña por culpa del incipiente túnel.
Testigos silenciosos de ese daño colateral fueron algunos ejemplares de
una rana considerada endémica del Magdalena Medio (Pristimantis viejas)
y una salamandra (Bolitoglossa lozanoi) listada como amenazada.
Desde marzo de 2010, diferentes habitantes de la zona remitieron al
Ministerio de Ambiente quejas sobre lo sucedido. Una de ellas, firmada
por José Luis Bustos Mejía y José Arnulfo Bustos Serrato, decía:
“respetuosamente solicitamos su intervención ante Isagen para que se
agilice el pago de los daños y perjuicios y la compensación por la
afectación al recurso hídrico causada en los predios El Mirador y La
Cabaña. Por la construcción del túnel se secaron los nacederos Cañaveral
1, 2, 3 y 4 en el predio La Cabaña”.
Jorge Rojas, uno de los habitantes de la zona, quien además fue
contratado durante la construcción del túnel, fue testigo de lo que
sucedió en las entrañas de la montaña: “las aguas de filtración fueron
superiores a lo esperado. Algunas veces las aguas de filtración
superaron los 300 litros por segundo”. Según el propio informe de la
empresa, al principio de la excavación no se tomaron medidas, pues las
infiltraciones eran tan solo de 5 litros por segundo.
“Es un asunto de una trascendencia enorme”, dice un experto en
hidrología enterado de lo que sucedió en Caldas, “los túneles asociados a
proyectos hidroeléctricos, cuando no se han planeado muy bien, pueden
generar impactos terribles al medio ambiente”.
Visitas técnicas de expertos del Ministerio de Medio Ambiente a la zona
se intercalaron con nuevas quejas de la comunidad y reportes de la
empresa durante los últimos tres años.
Ante la evidencia recopilada, el Ministerio de Medio Ambiente decidió
expedir una resolución fechada el 29 de diciembre de 2011, en la que
advertía que “permitir que se inicie la operación de trasvase en las
condiciones actuales representaría un riesgo sobre las fuentes hídricas y
sobre algunas especies de fauna cuya supervivencia y reproducción se
vería comprometida”.
Definitivamente las cosas no habían salido de acuerdo con los planes de
expansión de Isagen. En la empresa el asunto cobró la mayor importancia
y debía tratarse con sigilo. Y considerando que no existía a la vista
una solución técnica que enmendara el impacto del túnel y permitiera que
las 22 quebradas regresaran con el mismo caudal a la superficie, la
orden fue negociar con los propietarios de las fincas.
“Supuestamente pagaron bien eso”, dice un habitante de Berlín que
prefiere que se guarde su nombre, “fincas que valían 10 a 20 millones,
las pagaron entre 80 y 100 millones”. La Lagunilla prácticamente se
convirtió en una vereda fantasma.
Luis Fernando Rico Pinzón, gerente general de Isagen, reconoce que “se
presentó un impacto no previsto. Las infiltraciones fueron superiores a
lo esperado según los estudios y diseños”. Además de comprar cerca de
350 hectáreas y compensar a otras familias afectadas, Rico aseguró que
el objetivo de la empresa es “convertir un problema en una oportunidad” y
el terreno afectado por la escasez hídrica será poco a poco restaurado.
Para algunos miembros del Comité Veedor del Proyecto Manso-Amaní, la
afectación de las 22 quebradas trasciende las familias, que vendieron
sus fincas pues los productos agrícolas y ganaderos que se producían en
la zona alimentaban la economía regional.
¿Cuánto vale una quebrada? ¿Cuánto vale un bosque? ¿Cuánto vale el aire
sin CO2? Esas son las preguntas que dividen opiniones en un mundo que
transita hacia la economía verde.
Por: Pablo Correa
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