El trasfondo del conflicto en el Cauca, el Macizo Colombiano.
Por: Alfredo Molano Bravo*/ Especial para El Espectador. En:CRIC
Viaje a la mayor fuente hídrica del país, amenazada por la guerra y por los intereses de multinacionales mineras. El
Ministerio de Minas ha otorgado 64 títulos mineros en el Macizo, a los
que hay que sumar los conseguidos de manera fraudulenta.
El Macizo Colombiano es la más
grande y bella estrella fluvial colombiana. Un ringlete de aguas
nacientes: el Magdalena y el Cauca marcan el norte; el Caquetá corre
hacia el oriente y el díscolo Patía va hacia el occidente. Es un gran
nudo de montañas, cuna de cuencas y paso de caminos. El pueblo de La
Sierra, fundado tres veces, se alza en el espinazo de una loma por donde
pasaba el camino real entre Popayán, Almaguer y Quito. Bolívar se veía
obligado a tomarlo para no atravesar el Patía, refugio de negros
cimarrones, feroces con el machete y fieles a la Corona. A espaldas de
La Sierra se ven —y se sienten— el volcán nevado de Sotará y el páramo
de Vellones; al otro lado, hacia el suroccidente, siguiendo el curso del
Guachicono, se abre el ardiente valle del Patía. El camino, hoy
carretera, serpentea entre pliegues de la cordillera hasta La Vega,
construido en un rellano donde se recupera el aliento antes de continuar
hacia la “muy noble y leal ciudad de Almaguer”, fundada en 1550 como
real de minas por poseer enormes yacimientos de oro; sólo uno de ellos
llegó a ser trabajado por 2.000 indios y negros. La región fue minera en
la Conquista y en la Colonia.
Desde hace siglo y medio su base
productiva es la parcela campesina de mestizos, indígenas, y negros.
Hoy, el conflicto entre una economía parcelaria y un gigantesco proyecto
de explotación minera tiene convulsionado el Macizo Colombiano, una
región agreste y nada dócil.
1. La
economía campesina está consolidada en toda la región. La cordillera
—mezquina en valles y rica en pendientes— ha permitido que los
campesinos trabajen sus tierras sin el asedio del latifundio. La
caprichosa topografía ha sido la gran aliada de la pequeña agricultura,
que por naturaleza usa sólo mano de obra familiar, lo que le permite
competir con la hacienda, que debe contratar peones asalariados. Son dos
de los secretos que hacen factible hoy en el país, a pesar de la
acelerada concentración de la tierra, que el campesino no haya
desaparecido. El tercer elemento ha sido, sin duda, la resistencia
indígena. Los indígenas se han atrincherado en sus resguardos y han
logrado parar al terrateniente a costa de miles de muertos. Una guerra
que no se detiene. La Corona accedió a constituir resguardos para
conservar en los márgenes de su régimen hacendatario una mano de obra
servil y barata. El sostenimiento de los esclavos era cada día más
gravoso.
La cuenca del Guachicono, a la que
pertenecen los municipios de La Sierra y La Vega, está dividida en tres
zonas: la alta, donde existe un resguardo yanacona; la media, poblada
por campesinos mestizos, y la baja, donde impera la gran hacienda. La
expansión latifundista hacia las dos primeras no ha afectado en forma
visible las economías indígena y campesina, que se caracterizan por dos
hechos: usan sólo mano de obra familiar y son autosostenibles. Los
campesinos cultivan caña panelera, café, yuca y plátano, que se
complementan con el pancoger. Es lo que ellos mismos llaman la economía
del sancocho, que no sólo respeta la biodiversidad, sino que por su
escala menor es cuidadosamente trabajada. Los rendimientos relativos son
grandes debido al uso intensivo de la mano de obra en superficies
reducidas. La familia tiene por tanto una importancia decisiva, al punto
de que en muchas veredas predominan dos o tres apellidos. El café y la
caña son los renglones comerciales principales que, al ser uno
estacionario y el otro permanente, garantizan la estabilidad. La roya
golpeó muy duro los cafetales, pero la caña solventó la crisis creada
por plagas incontrolables que exterminan hasta el café arábigo. En
general cada parcela tiene su propio beneficiadero de café y su propio
trapiche. El trabajo solidario —el brazo prestado— complementa el
familiar y urde tramas que hacen que la vereda sea un organismo social
de gran cohesión. En su conjunto estas características son las que
constituyen la cultura campesina.
El verdadero problema es el
transporte y, por supuesto, el papel que juegan los intermediarios. La
mayoría de los campesinos apela a créditos leoninos de subsistencia
abiertos por comerciantes, en cuyas manos naufragan las ganancias de los
productores. El transporte tiende a ser resuelto abriendo caminos por
medio de mingas, una costumbre indígena que los campesinos han adoptado
para llevar a cabo obras colectivas, que incluyen la construcción de
acueductos y escuelas. Los políticos y las administraciones municipales
se apoyan en las mingas para hacer campañas electorales y aportar tejas,
tubos y a veces maquinaria, a cambio de votos. Los campesinos atribuyen
a la falta de vías y de escuelas buena parte de su debilidad económica.
2. A
fines de los años 70 aparecieron en el Macizo —específicamente en la
vereda Santa Juana, municipio de La Vega— los primeros cultivos de coca.
Hasta esos días la hoja de coca mambeada era un simple medio de
alimentación que potenciaba la fuerza de trabajo y contribuía a la
recreación de los mayores. Se dice que la coca comercial llegó de la
mano de los Cuerpos de Paz que trabajaban en la zona. Sea o no verdad,
el hecho cierto es que pronto su cultivo se desarrolló en las partes
bajas del Macizo y se convirtió en una forma complementaria de la
economía parcelaria. Fue en Santa Juana donde también comenzó la
erradicación forzada de cocales, lo que de una u otra manera introdujo
un factor nuevo tanto en la vida económica como en la política de la
región.
Desde mediados de los años 80 los
municipios del Macizo Colombiano se han movilizado en diferentes
ocasiones para exigir de los gobiernos la apertura y el mejoramiento de
vías, la construcción de escuelas y puestos de salud, y algunas veces,
en los 90, para impedir la erradicación de la coca. El 7 de abril de
1991 miembros del Pelotón Águila Dos, perteneciente a la Compañía “A”
del Batallón de Infantería Nº 7, “José Hilario López” del Ejército
Nacional, masacraron a 17 campesinos que venían del mercado de Los Uvos,
un corregimiento del municipio de La Vega sobre el Valle del Patía. El
objeto del operativo fue amedrentar a los campesinos e impedir la
movilización que se estaba organizando y que de todos modos tuvo lugar
en julio. Los campesinos bloquearon la carretera Panamericana durante 10
días y obligaron al gobierno de Gaviria a concertar soluciones sobre
vías, educación, salud, y a diseñar programas alternativos al cultivo de
coca. El respeto a la vida —en referencia a la masacre de Los Uvos—
encabezó las demandas. Sobraría decir que ningún punto tuvo
cumplimiento, por lo cual en 1996 volvieron los campesinos y los
indígenas a movilizarse para presionar una nueva negociación con el
gobierno. En Popayán se firmó con el gobierno de Samper un nuevo
documento que incorporó las exigencias incumplidas. Un año después se
repitió el bloqueo de la vía y volvieron a incumplirse los acuerdos. En
1999, 15.000 campesinos e indígenas volvieron a movilizarse, bloquearon
la Panamericana durante 26 días, hasta que el gobierno de Pastrana tuvo
que ceder y comprometerse en un nuevo acuerdo que tampoco se cumplió. En
cambio, desde ese año se militarizó y paramilitarizó la región. Uribe
inauguró el Batallón de Alta Montaña Benjamín Herrera con 1.200 hombres
en San Sebastián; el bloque Calima de las AUC, a decir de Velosa —el
comandante H.H.–, tuvo entre sus ideólogos prestantes políticos
caucanos.
3. Por Cauca han pasado todas las
guerras civiles que el país ha vivido. En la primera mitad del siglo XIX
el Gran Cauca sostuvo buena parte de la guerra contra España y fue el
principal protagonista de las guerras civiles hasta 1876. Fue menor su
participación en las guerras de 1885 y 1899, pero los enfrentamientos
con los indígenas del norte de Cauca y sur de Tolima, acaudillados por
Quintín Lame, tendieron un puente entre los siglos XIX y XX. La
Violencia de los años 50 también azotó el departamento y desde los años
60 ha vivido en continua zozobra. La llamada república independiente de
Riochiquito, al norte de Cauca, fue una de las regiones donde se crearon
las Farc, y desde entonces no han cedido en sus acciones. Hacia 1980
las Farc crearon el segundo frente, que tuvo como teatro de guerra el
Macizo, pero a final de la década se retiraron, para regresar unos años
después con contingentes provenientes de Caquetá y Putumayo para
organizar los frentes 29 y 31. A mediados de los 80 entró en acción el
Eln, que ha prolongado su presencia, con diversa suerte, hasta hoy. Las
Farc han crecido y se han fortalecido pese al rígido control militar. El
último combate en el municipio de La Vega tuvo lugar en el
corregimiento de Santa Rita el 1 de julio del presente año. Un
destacamento móvil del Ejército que acampaba en la escuela —como suele
hacerlo en todo el país— fue brutalmente atacado por las Farc, con un
saldo de 12 soldados muertos y 25 heridos que fueron sacados de la zona
en seis ambulancias y dos helicópteros, según afirman vecinos de la
localidad. La noticia no fue divulgada a la opinión pública.
4. El oro ha sido explotado en el
Macizo Colombiano desde la Colonia. Testigos son los socavones
existentes en Almaguer y el Cerro Negro. No hace mucho tiempo se
trabajaba aún en minas de oro como La Concepción, Las Pilas, Las Minas,
Quebrada Los Ingenios, La Calixta. Hubo explotación de antimonio,
cristal de roca, carbón, pizarra, y se dice que la custodia de La Vega
está decorada con esmeraldas del mismo pueblo. Con el ataque de la roya
del café, muchos campesinos volvieron a barequear en el río Pancitará,
como lo hace la comunidad afro de Santa Rita en el río Esmita desde
siempre. El Ministerio de Minas ha otorgado 64 títulos mineros en el
Macizo, a los que hay que sumar los conseguidos de manera fraudulenta.
Desde 2003 las comunidades
campesinas de La Sierra y La Vega han observado con reserva los trabajos
de la compañía Carboandes S.A., que explora, explota y comercializa no
sólo el carbón, sino otros minerales como el cobre. En Colombia tiene
tres proyectos: Simacota, en Santander; Rondón, en Boyacá; Hueco Hondo y
Santa Lucía, en Cauca; también ha sido operador del puerto carbonífero
de Santa Marta.
La Fundación Carboandes desarrolla
acciones sociales y ambientales en La Jagua de Ibirico. La concesión de
Hueco Hondo-Santa Lucía tiene 36 kilómetros cuadrados sobre un pórfido
de oro y cobre del que la Universidad Nacional de Colombia ha hecho
estudios detenidos para la empresa. Se rumora la relación de Carboandes
con la Anglo Gold Ashanti.
En Hueco Hondo la empresa ha
perforado 18 pozos de exploración hasta 700 metros, emplea unos 180
obreros y construye campamentos. El Ejército cuida los trabajos, sabe el
problema que se está creando. Los campesinos dicen que de las
perforaciones resulta una baba barrosa que se bota, sin tratamiento
alguno, en los potreros circundantes.
La preocupación de la población no
es sólo sobre el proyecto de Carboandes, sino sobre la presencia
continua e inusitada de quienes se identifican como “pequeños mineros
con derecho al trabajo”. Son cuadrillas de obreros —o de técnicos—
llevados a la zona en camionetas de 8 cilindros y se alojan en casas de
los poblados con discreción y sigilo. Entraron a la zona de Cerro Negro,
Altamira, La Playa y Arbela pidiendo permiso a los propietarios de
fincas para sacar algunas muestras de suelo. Los campesinos accedieron,
pero se alarmaron cuando vieron que la roca es explotada con dinamita y
los trozos de material transportados en costales y llevados seguramente
hacia Popayán, aunque los “pequeños mineros” dicen que los llevan para
el municipio de Suárez, donde hay una explotación minera. Los “pequeños
mineros” han tratado de ganarse la voluntad de las comunidades aportando
dinero para fiestas comunales, regalando uniformes deportivos con logos
de Anglo Gold Ashanti y Carboandes, pagando orquestas y prometiendo
empleo y proyectos de vivienda y reforestación. Una política conocida y
siempre incumplida. Meros abalorios. Es sospechoso que todas estas
acciones vayan acompañadas de recolección de firmas con cédula, que
aparentemente son para justificar los desembolsos, porque los dirigentes
campesinos creen que se trata de documentos que serán elaborados a
posteriori y se usarán como consultas previas. Es un mecanismo utilizado
en muchas partes del país.
Hace unas semanas se llevó a cabo
una reunión entre miembros de organizaciones campesinas (Proceso
Campesino y Popular de La Vega, Asociación de Juntas de Acción Comunal,
Fundación Despertar) con representantes de los pequeños mineros. El
resultado sugiere un enfrentamiento inminente. El vocero de los mineros
dijo: “No vinimos a ver, vinimos a quedarnos”. Los campesinos
respondieron: “Tendrán entonces que matarnos y no estamos mancos. Aquí
están enterrados nuestros padres y nuestros abuelos y este territorio
nos lo prestaron nuestros hijos para su cuidado”.
5. En la vereda Santa Lucía,
municipio de La Sierra —donde trabaja Carboandes—, existe una comunidad
negra reconocida como Consejo Comunitario (Ley 70). Son campesinos que
cultivan caña panelera, café, yuca —que venden a los ralladores para
sacar el almidón—, y tienen unas pocas vacas. Los negros hacen parte de
las cimarroneras que en el siglo XVIII se refugiaron en el valle del
Patía. La vereda ha sido dividida con los ofrecimientos de redención
eterna hechos por la minera. No obstante, poco a poco la división ha
cedido como reacción al establecimiento de un entable para la
explotación del oro en el río Esmita. Una sociedad de mineros, compuesta
por unos paisas, un coronel retirado del Ejército y algún socio local
de última hora, está trabajando con retroexcavadora el lecho del río y
sus playones, donde los campesinos de la vereda, y en particular los
negros, han barequeado toda su vida para complementar sus ingresos
agrícolas, cada vez menores debido al alto costo del transporte. La
retroexcavadora ha cambiado el curso del río y formado enormes lomas de
material lavado, o cascajo, en las vegas. A la orilla del río se
construyó un campamento para una docena de trabajadores. El vocero local
de la sociedad argumenta que “se debe respetar el derecho al trabajo,
que los daños son hechos en la finca de mi coronel y que a los negros se
les arreglará la carretera para que saquen su yuca”. Presenta, sin
inmutarse, como permiso de explotación un documento (LHH1422 de agosto
17 de 2010) que es una mera solicitud en trámite. El Consejo Comunitario
ha recibido amenazas anónimas que han puesto a temblar a la comunidad.
No han olvidado la masacre de Los Uvos, al punto de que en diciembre
pasado apareció muerto a bala en La Vega el último de los asesinos de la
matanza. Las asociaciones campesinas han convocado a una marcha contra
la retroexcavadora del río Esmita, que sin duda se transformará en una
gran protesta contra la minería empresarial, legal o ilegal, y en
defensa de la minería tradicional, una actividad complementaria de la
economía campesina.
Los enfrentamientos entre los movimientos campesinos y las empresas mineras no se harán esperar mucho.
En el Macizo se respira un
ambiente caldeado, más en cuanto aquí llegan los vientos de la guerra
librada entre las Farc y el Ejército en el norte de Cauca. La economía
campesina, que encontró en la coca un medio marginal de subsidio, acusa
el impacto negativo de su erradicación forzada, de la roya en los
cafetales, de la nueva reglamentación de producción de panela que
obligaría a cumplir normas sanitarias incompatibles con la rentabilidad
de los trapiches artesanales. Se prepara una nueva movilización de la
envergadura de la de 1999, que puso en jaque al gobierno departamental.
En el fondo se protestará por el abandono, el incumplimiento de los
acuerdos, el estado de las vías y, sobre todo, por las amenazas que
representan la explotación minera industrial y la minería ilegal, los
cateos arbitrarios y la militarización de la zona. Hay dos horizontes
contrapuestos: el campesino, modesto en la escala, limitado en la
acumulación de capital, pero estable desde el punto de vista social, y
el minero empresarial, ambicioso, devastador y respaldado
incondicionalmente por el Gobierno. Es hora de mirar con detenimiento
las ilusiones de la locomotora minera que amenazaría la gran “fábrica de
agua” que es el Macizo Colombiano —surte el agua del 70% de los
acueductos del país— y de negociar las condiciones de la economía minera
sin las heridas que puede dejar un enfrentamiento en el que correrá
sangre.
Una región sitiada por la guerrilla
A los pobladores del Macizo
Colombiano les ha tocado vivir con la constante presencia de la
guerrilla en su territorio. En él actúan los frentes 13, 2 y 66 de las
Farc y el frente Manuel Vásquez Castaño del Eln. Estas dos
organizaciones ilegales se apoderaron del Nudo de Almaguer y lo llenaron
de cultivos ilícitos a comienzos de los 90. Su presencia, además, ha
hecho de esta región una zona en un permanente conflicto entre la
guerrilla y el Ejército, principalmente, el Batallón de Alta Montaña 4
Benjamín Herrera. Las condiciones geográficas hacen del Nudo de Almaguer
una zona bastante complicada para el combate y es esto lo que le ha
permitido a la guerrilla resistir las ofensivas del Ejército y perpetuar
la guerra.
El Nudo de Almaguer
El Macizo Colombiano es una de las
principales regiones productoras de agua dulce en el país. Allí se
encuentra la Estrella Fluvial del Sur, reconocida por la Unesco como
Reserva de la Biosfera. En esta región, también conocida como Nudo de
Almaguer, nacen cinco de las arterias principales del país: el Cauca, el
Magdalena, el Patía, el Putumayo y el Caquetá. El Macizo alberga 15
páramos, varios volcanes —entre ellos los nevados del Huila, Puracé y
Sotará— y 65 lagunas, siendo la laguna del Buey la más grande de ellas,
con 64 hectáreas de extensión. El área total del Macizo es de alrededor
de 3 millones 200 mil hectáreas, de las cuales 1 millón 300 mil son
bosques; 1 millón 500 mil agroecosistemas y casi 200 mil son áreas de
páramo.
Las comunidades ancestrales
El Macizo Colombiano es un
territorio poblado por varias y antiguas comunidades indígenas que
resistieron fieramente en sus tierras y que, con ello, impidieron que
los sacaran de una región que es para ellos sagrada. De ellas podemos
destacar a los Yanacona, los Nasas, los Guambianos y los inga.
Los Yanacona se ubican
principalmente en el centro del Macizo: en Almaguer y San Sebastián; los
paeces, por su parte, lo hacen en la región de Tierradentro, en límites
entre el Huila y el Cauca. Los guambianos están más hacia el occidente
del Macizo en los municipios de Silvia, Totoró, Jambaló y Caldono, y,
por último, a la comunidad inga se la encuentra hacia el sur de la
región, principalmente en Santiago y Colón.
De: http://encuentromegaproyectosymineria.blogspot.com/2012/01/el-trasfondo-del-conflicto-en-el-cauca.html
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